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El siguiente relato trata de resumir un proceso pedagógico diseñado para la asignatura de diseño arquitectónico, referida a niveles en los que se busca ejercitar la práctica proyectual entre arquitectura y ciudad. Si bien, no es la primera experiencia que el estudiante tiene con aspectos de ciudad y urbanismo, buscamos que en el curso la ciudad condicione la forma final del proyecto. La tarea consiste en dejar que la ciudad diseñe el objeto arquitectónico, ella debería actuar, en primera instancia, como el cliente o el usuario que manifiesta sus necesidades espaciales, sus actividades y sus requerimientos. En ese sentido, saber escuchar parecería ser una de las cualidades necesarias para empezar a trabajar; tal como lo haría cualquier profesional al traducir las necesidades del usuario en su futuro espacio. De la misma manera, el estudiante de arquitectura, al pretender hacer un proyecto que va a inscribirse en la ciudad, deberá saber escucharla. Pero, ¿cómo se escucha a la ciudad?
Cosas
Los procesos de abstracción en los que se entrena un arquitecto, procesos que convierten la realidad física en geometría, la materia en signo o lo percibido en imagen, son los mismos que deben ayudarnos a escuchar la ciudad. Recuerdo hace algún tiempo, cuando era estudiante, un profesor -Carlos Veloz- nos decía a sus alumnos que, no hay nada como caminar de noche en el Centro Histórico para escuchar su arquitectura. Más que entender lo que mencionaba, me impresionó la intensidad con la que lo decía, estaba convencido que se podía escuchar la arquitectura en la noche, cuando quedan solos los edificios y la calle. No debíamos realizar ninguna tarea al respecto, él sabía que si bien, habíamos oído sus palabras, ninguno de nosotros sabía exactamente a lo que se refería; caminar en la noche, por las calles abandonadas de un Centro Histórico en el que casi nadie vive, no es precisamente el mejor consejo para hablar de la ciudad, además, ¿escuchar los edificios? ¿Acaso las cosas hablan? En fin, nunca tomamos en serio lo dicho aquella clase.
Sin embargo, años más tarde, entendí que las cosas no se dicen únicamente con palabras… No en vano, lo que se grabó en nuestra retina fue la convicción de aquel profesor que, sin saberlo y quizá de forma intuitiva, hizo que sus palabras me ayudaran a ver el Centro Histórico de otra manera. “Escuchar la arquitectura” detonó múltiples imágenes y significados antes de siquiera pisar las calles del Centro; se había humanizado la arquitectura, como si los edificios también pudieran expresarse o sentir. Más tarde, siempre que caminaba por el Centro Histórico, venían a mi mente esas palabras y algo empezaba a cambiar en los edificios, algo afectaba su fisonomía como si estos pudieran sentirse observados. Ya no eran los mismos, estaban vivos.
Lo que había cambiado en ellos era su significado, ya no los podía ver igual desde aquella consigna del profesor, entendí que cambiar el significado de las cosas es una manera de cambiar su realidad, quizá, una reducción de esta, una realidad a breves rasgos, abstracta, pero realidad al fin.
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Líneas encontradas en la ciudad por Fabián Pantoja, estudiante 7mo semestre
Desde entonces con los estudiantes recorremos la casa y la ciudad con una mirada que busca “olvidar” el nombre de las cosas y así tratar de acercarnos al mundo de lo abstracto. Separar el nombre de las cosas significa mirar la cosa sin utilidad ni sentido, de esa manera se puede llegar a abstraerlas con más libertad, llevándonos ello a los elementos básicos de la forma: punto, línea y plano, los mismos que resultan de la síntesis de toda forma, más allá de si es urbana o arquitectónica.
Empezamos a caminar con esa mirada geométrica o reductiva y, pronto los estudiantes se percataron que su movimiento, en tanto acercamiento y alejamiento con la cámara de fotos, condicionaba la lectura de la forma y, un punto visto con cierta lejanía podía volverse un plano al ser visto de cerca, fenómeno que nos recordó a Alois Riegl y sus categorías formales de “visión cercana” y “visión distante” relacionándose, la primera con lo táctil y la segunda propiamente con la visión. Así mismo, esta característica formal, requiere poner atención en los márgenes que produce el encuadrar la toma fotográfica pues, esa relación entre fondo y figura determinará, por ejemplo, la diferencia entre un punto y un plano. Kandinsky se cuestionaba al respecto y consideraba que:
"Es difícil señalar límites exactos para el concepto "la más pequeña forma". El punto se puede desarrollar, volverse superficie e inadvertidamente llegar a cubrir toda la base o plano. ¿Cuál sería entonces la frontera entre el concepto de punto y el de plano?"[1]
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El punto y el plano en trabajos de Sebastián Borja y Tatiana Moreno
Niños
Las palabras ayudaron a reemplazar el objeto real por uno simbólico. Poder reemplazar las cosas por imágenes o símbolos nos da la posibilidad de transformarlas. Entender que los significados vienen dados por las palabras con que se las nombra, pues ellas les otorgan sentido o realidad a las cosas, además, poder manipular las palabras permite manipular significados que, a la larga, significaría manipular la realidad misma de la cosa. De esa manera, el estudiante de arquitectura, podría adentrarse en la ciudad con la mirada creativa de un niño cuando, con sus primeros pasos, empieza a internarse en un mundo totalmente nuevo. Por ejemplo, cuando un niño se enfrenta a una cosa u objeto que no conoce, lo escudriñará y utilizará de tal manera que terminará señalándolo o nombrándolo de una manera diferente, le habrá otorgado un significado propio; un significado que, de seguro, no será el que conocen sus padres. Imaginemos a un niño jugando debajo de una mesa, éste hará de ella una casa o un cuartel, la mesa dejó de ser mesa para convertirse en otra cosa. Quizá esa sea una manera en que un estudiante también pueda intentar cambiar la realidad de esa otra cosa llamada ciudad.
Sin embargo, ese simple juego que un niño puede hacer, no es tarea fácil para un joven o adulto quien aprendió y adquirió significados, nombres, normas y prácticas con las cuales relacionarse con cosas y personas. La urbanidad no es más que el conjunto de reglas sociales con las cuales poder convivir en colectividad. El estudiante llega con toda esa carga significativa adquirida; pero ésta solo sirve cuando podemos utilizarla, manejarla o cuando somos conscientes de ella, dudando de lo que vemos, poniéndola en pausa para empezar a entenderla. En eso consistiría el comienzo de su aprendizaje sobre la ciudad, en dejar a un lado, por momentos, lo conocido.
Cuando aquel profesor nos invitó a pasear por el Centro Histórico en la noche, las imágenes primeras que nos vinieron fueron de peligro e inseguridad, de ahí la extrañeza que sentimos ante su invitación. Cada uno de nosotros ya tenía una imagen del Centro, y la misma, había alimentado juicios de valor peyorativos hacia esa parte de la ciudad. Todos teníamos prejuicios del lugar y ese era el significado que debíamos olvidar. No podríamos trabajar en una ciudad que nos da miedo, o de la cual sólo tenemos prejuicios. Es necesario modificar la mirada y por ello, la sugerencia de aquel profesor nos invitaba a verla diferente, en una circunstancia quizá extrema, que nos induzca a cuestionar lo que sabemos… la noche puede ayudar.
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Líneas urbanas encontradas en la parte sur de la plaza 24 de Mayo por Pablo Rivadeneira
Por ejemplo, siempre que les propuse a mis estudiantes trabajar en el bulevar 24 de Mayo en el Centro Histórico, los comentarios sobre ese sitio hacían referencia al peligro y la inseguridad que sentían o se imaginaban. Parecía como si los prejuicios sobre el lugar se hubiesen naturalizado en la sociedad. Los estudiantes sentían el sitio como lo más ajeno a su casa. Visitar ese otro lugar implicaba salir de nuestra zona de confort; primer requisito para empezar a dudar y abrir los ojos con curiosidad, solo así podrían encontrar lo extraordinario y con ese estímulo emprenderían cualquier acción.
Para mirar esos espacios de manera diferente sabíamos que las categorías abstractas de la forma, que habíamos revisado con anterioridad, nos ayudarían a neutralizar ciertos prejuicios adquiridos. Nos acercamos al sector de estudio junto a las categorías estudiadas por Kevin Linch[2] en su “Imagen de la ciudad”: hitos, nodos, bordes y sendas, las mismas que pudimos relacionarlas con puntos, planos y líneas y así, los bordes y las sendas podían corresponderse con líneas, mientras los hitos y los nodos con puntos y planos respectivamente. Hubo una evolución en los dibujos que buscaban representar estas categorías de Linch; primero, al intentar representar un nodo, el estudiante plasmaba lo que veía y, por ejemplo, dibujaba una banca de parque con todo detalle, pero, luego, esos dibujos fueron representando el concepto antes que al objeto, así empezaron a aparecer flechas o vectores en sus dibujos, cayendo en cuenta que los puntos y las líneas no son símbolos fijos o íconos gráficos, sino fuerzas, energías y flujos contenidos en el caso del punto, o desplegados en el caso de la línea. Así, la representación de la condición vital, mutable de la ciudad y lo urbano adquiría otro significado para cada estudiante.
Casas
En el curso se pretende evitar la separación tradicional entre arquitectura y ciudad, acogiéndonos a la reflexión de Aldo van Eyck[3], para quien la casa parecía una pequeña ciudad y la ciudad una gran casa. Si los estudiantes podían relacionar los elementos familiares de su casa con elementos urbanos sentirían más confianza al pretender proyectar en la ciudad.
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Callejones y graderíos irregulares para ingresar a viviendas en Guápulo por María Fernanda Heredia
Así fue como empezaron a recorren con más detenimiento el lugar seleccionado y ese recorrido pausado, en el que apuntan, fotografían y dibujan les permitió vislumbrar formas y actividades urbanas que generalmente pasan desapercibidas por su escala y precisamente, por ser cotidianas. En esta instancia, el acercamiento a la ciudad se dio a través de buscar elementos urbanos que también pertenezcan a la arquitectura, por lo que pueden funcionar como vínculo o puente de enlace; puertas, porches, escaleras pertenecían tanto a la ciudad como a la casa, se encontraban en medio de lo urbano y lo arquitectónico, eran su umbral y, en sus espacios, la distinción entre urbano y arquitectónico se volvía ambigua o, perdía totalmente sentido. Para esa búsqueda nos ayudamos del libro “La calle y la casa”[4] de Xavier Monteys, en el que algunos de los lugares analizados adquieren morfologías irregulares debido al dramático cambio de escala que puede presentar el encuentro entre edificio y ciudad. El libro enfatiza las posibilidades de uso dadas por la gente a esas “anomalías” presentes en ciudades europeas que, en otras latitudes, como el barrio Guápulo en Quito, no se muestran como “anomalías” sino como “normas”.
En esta etapa el nombre de las cosas, dejado de lado en las etapas de abstracción, vuelve a ser imprescindible. Se vuelve a la realidad concreta y compartida donde las cosas se presentan con nombre propio; calle, puerta o escalera son objetos socialmente identificables. Esta identificación de elementos arquitectónicos en el ámbito urbano nos permitió darnos cuenta de la importancia de la planta baja de los edificios, ya que ahí es donde el edificio y ciudad se encuentran y, es ahí donde lo público hace contacto con lo privado, permitiendo actividades de interrelación y que, en la mayoría de los casos son actividades comerciales. Vimos así que un pequeño local comercial puede tener zonas perfectamente diferenciadas, a veces separadas únicamente con un mostrador, plano horizontal donde el vendedor y el comprador realizan su transacción. El estudiante, de esa manera entiende que un pequeño espacio ubicado en planta baja donde dos personas interactúan separadas y unidas a la vez por un plano horizontal llamado mostrador, en realidad puede ser el origen de lo urbano, del encuentro con un otro con quien, por momentos se construye una relación de “secundariedad”[5]; estructura social momentánea que fundamenta lo urbano y lo colectivo de la ciudad.
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Análisis del ingreso a una vivienda en Guápulo por Michael Pérez
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Estudio de las puertas o espacios de ingreso a viviendas en Guápulo por Pablo Tinajero
Así empezamos a dar los primeros pasos fuera, tratando de adentrarnos en la escucha de la ciudad; jugando como niños; mirando diferente y manipulando las cosas para entender que la ciudad puede estar dentro como fuera de la casa pues, en ella, habitan con nosotros todas las escalas.
[1] Kandinsky, Vasili (1926). Punto y línea sobre el plano. Contribución al análisis de los elementos pictóricos. Buenos Aires, Paidós, 2003. Pág. 24
[2] Linch, Kevin. (1960), La imagen de la ciudad. Barcelona, Gustavo Gili.
[3]Recuperado de: https://circarq.wordpress.com/2014/01/15/aldo-van-eyck/
[4] Monteys, Xavier. (2018), La calle y la casa. Urbanismo de interiores. Barcelona, Gustavo Gili.
[5] Término con el que Erving Goffman categoriza las situaciones sociales en que individuos desconocidos coinciden e interactúan.
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