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Paisaje infraestructural

Texto referido al enfoque temático de la BAQ 24 "Arquitecturas paisaje"



Entendido el paisaje como aquel fragmento de naturaleza extraído por la percepción humana, una relación a distancia se consolida en su encuadre. Aquel paisaje capturado por todas las tecnologías del ojo hasta hoy desarrolladas ha evidenciado la imposibilidad de aprehender lo percibido. Parecería que no puede haber paisaje sin distancia. No es casual que, en la pintura medieval o renacentista por ejemplo, el paisaje apareciera solo como el fondo atrás del motivo principal, pues, no requería detalle y solo servía para contextualizar la figura o escena protagónica. A veces el artista ni siquiera lo pintaba y dejaba que sus aprendices lo hagan; ellos, llamados también “pintores de lejos”.


Esa condición de fondo que tradicionalmente tuvo el paisaje en la pintura parece cumplir una función infraestructural[1] pues, se ocupó de sostener la figura protagónica del cuadro. Es estructura de fondo porque clasifica y distribuye los elementos a ser observados manteniendo la unidad propia requerida por un paisaje, ya que, “ver como paisaje un trozo de tierra significa considerar como unidad lo que solo es fragmento de naturaleza”[2]. En ese sentido, la apartada mirada sostiene los elementos que conforman el paisaje y luego, al representarlos, ya sea en la pintura o en la cartografía, esos elementos unidos por la mirada o, mejor dicho, por una intención cultural, se soportan, luego, con instrumentos de representación y precisión con los que se puede vislumbrar un territorio urbanizado. Quizá, una de las primeras representaciones del paisaje como infraestructura puede ser comprendida en la “cartografía catastral” de Nolli, quien en el siglo XVIII trató de “vincular de una manera orgánica la forma de una región, su organización económica, su productividad y su control social; sus estadísticas territoriales” para una mejor gestión de la ciudad y, sobre todo, para una reforma urbana a largo plazo.[3] El paisaje así, es infraestructura de futuro que ordena un espacio en constante transformación y expansión, pues, el ojo que coloniza busca horizontes cada vez más lejanos, quizá porque, siguiendo a Simmel: “Constantemente, los límites impuestos a cada paisaje se ven rozados y disueltos por ese sentimiento de lo infinito, de modo que el paisaje, aunque separado y autónomo, está espiritualizado por esa oscura consciencia de su conexión infinita.”[4] 


Así mismo, esa lejanía insinuada en el paisaje, capturada por pintores y fotógrafos o, calculada y medida por cartógrafos siempre pudo encontrarse a dos palmos de nuestros ojos, primero en los cuadros y ventanas de una habitación, también en los grabados de algún libro y ahora en las pantallas encendidas en nuestro ojos. De esa manera el paisaje no es otra cosa que una forma tecnológica de capturar la naturaleza para llevarla a nuestro refugio, un pedazo de exterior en nuestro lugar personal, siendo parte de nuestra individualidad. Y es que, de acuerdo a Simmel, el paisaje es una expresión moderna donde “la individualización de las formas de vida interiores y exteriores, la disolución de los vínculos y de las relaciones originarias en beneficio de realidades autónomas y diferenciadas” nos permitió recortar paisajes y apartarlos de la naturaleza. Y así, extrayendo del continuo natural ese fragmento al que llamamos paisaje evidenciamos que ante nuestros ojos se levanta un territorio anhelado que, en otros tiempos nos evocó el paraíso perdido, del cual surgió el jardín; porción de naturaleza manipulada a la medida de nuestros deseos. Oasis en medio del desierto que así como la casa, a decir de M. Eliade, es un centro, un espacio propio; territorio delimitado que separa el cosmos del caos, lugar significativo o sagrado que instaura la morada separándose de la homogeneidad y relatividad del universo[5]. Por eso, los muros que franquean el hogar separan la casa del universo como el marco que encuadra un paisaje lo separa de la naturaleza. Esos muros y ese recuadro parecen marcar distancia, proteger la casa tanto como el paisaje, pues, “En el mundo fuera de la casa, la nieve borra los pasos, confunde los caminos, ahoga los ruidos, oculta los colores.”[6] Afuera no hay paisaje; los márgenes y los muros son tecnología que jerarquiza a conveniencia, separando y vinculando a la vez; dinámica asimétrica que traza las redes que envuelven los territorios del mundo.


Parte de esa tecnología de compartimentación y diferenciación es la arquitectura que, como forma cultural de delimitar el espacio propio, ha llegado a subdividir la naturaleza, amurallando sus ciudades primero y urbanizando todo exterior luego. Sus instrumentos ubicaron, midieron y representaron palmo a palmo el continuo de lo natural que, ahora se ha vuelto artificio instrumental; pues antes, durante el romanticismo del XVIII cuando la emoción desbordaba los límites de la razón, esa distancia o lejanía del paisaje, donde los elementos que lo conformaban se superponían ante el observador desdibujando lo que quedaba detrás, hacían del paisaje un inmenso velo pintoresco que ocultaba lo comprensible y ante el cual solo nos quedaba cierto temor y asombro, componentes propios de lo sublime. Ahora, ese temor y asombro se volvió ansiedad anhelante ante un paisaje cada vez más abstracto y enigmático cuya presencia desbordada puede resumirse en el “sublime matemático” cuya data “nos paraliza y nos deja atónitos ante los patrones supuestamente autorreguladores de los mercados financieros”[7] que parcelan el mundo.


La arquitectura es parte de ese paisaje, relieve habitado de la gran red infraestructural que envuelve lo conocido. Desde el mapa que Nolli hizo para Roma la ciudad se presenta como esa mancha de artificio tecnológico que propaga el mundo. La arquitectura da cuenta de ello y en sus alzados terrazas, balcones y ventanas enmarcan el paisaje que tienen en frente mientras en sus plantas bajas lo público converge con lo privado vinculando y enlazando las distancias que separan un edificio de otro. Se configura el fondo de un paisaje mayor; paisaje infraestructural que nos contiene y nos sostiene cual nodos atravesados por flujos de información, paralizados con la sublime luz de las pantallas que se levantan y se conectan a nuestros ojos.


[1] De acuerdo a Reinhold Martin, lo infraestructural enfatiza los procesos sociotécnicos antes que a los objetos en sí mismos.

[2] Georg Simmel en Filosofía del paisaje. 1913. Pág.9

[3] Pier Vottorio Aureli en La posibilidad de una arquitectura absoluta. 2011. Pág. 119

[4] Georg Simmel en Filosofía del paisaje. 1913. Pág.9

[5] Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano. 1956

[6] Gaston Bachelard en La poética del espacio. 1957. Pág. 72-73

[7] Reinhold Martin en “Sobre infraestructura. Reinhold Martin entrevistado por Pedro Correa y José Lemaitre” ARQ. no.99, 2018


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