top of page

Vacíos de la Central

Texto que hace referencia al campus de la Universidad Central del Ecuador, publicado en el catálogo "MIO 23", mismo que trata sobre los campus universitarios como "microcosmos" de la ciudad y fue editado por el Colegio de Arquitectos del Ecuador




La planificación del campus universitario de la Universidad Central del Ecuador, proyectado durante la segunda mitad de la década del 40, estuvo a cargo del arquitecto uruguayo Gilberto Gatto Sobral. El campus formó parte del primer Plan Regulador de Quito que, años atrás, fue desarrollado junto a su compatriota, el arquitecto Guillermo Jones Odriozola, ubicándose la ciudadela universitaria al lado occidental de la parte centro norte de la ciudad, en los terrenos, para ese entonces, sin urbanizar de las faldas del Pichincha. Odriozola y Gatto Sobral supieron traducir los preceptos de la arquitectura moderna, compartidos por el pensamiento urbano de las sociedades de aquel entonces, a las particulares condiciones topográficas de una ciudad incrustada en los Andes.  

 

En la propuesta de Gatto Sobral para la ciudadela, cada uno de los edificios del campus universitario se encuentra suficientemente separado uno de otro con el fin de configurar un tejido urbano en el que los vacíos resulten tan importantes como los edificios. De esa manera se promueve al espacio abierto como espacio colectivo de encuentro donde se desarrolle la vida universitaria de la misma manera que en la ciudad se desarrolla la vida urbana. Así es como, los campus universitarios planificados durante las décadas del 30 al 50 en Latinoamérica, pretendían que las diferentes carreras y disciplinas del conocimiento eviten el aislamiento de saberes y encuentren espacios de relación e intercambio epistémico[1]. Planificación que pretendía hacer de estos campus pequeños laboratorios de ciudad, donde sus hallazgos con respecto al espacio público puedan ser trasladados luego a la urbe. En ese sentido, la concepción urbana del campus de la Universidad Central, al igual que toda ciudadela universitaria de los años 50 en Latinoamérica, buscaba reafirmar el carácter público del mismo, de ahí que, el tejido urbano del campus contraste con el de su entorno inmediato, el cual corresponde a los barrios La Gasca al norte y Miraflores al sur, con tejidos residenciales diferentes al universitario, pero complementarios al mismo, ya que éste, al concebirse como un gran espacio público abierto a la ciudad pretendía conectar ambos barrios a través de sí, gracias a que, originalmente y entre otras cosas, no presentaba ningún tipo de cerramiento en su perímetro.

 

Esa importancia del vacío en la planificación del campus también es trasladada a la arquitectura de los principales edificios de la ciudadela, después de todo, para Gatto Sobral el urbanismo es arquitectura en gran escala, mientras que la arquitectura es un urbanismo de detalle.[2] Así, su arquitectura muestra que, más allá de cumplir el programa otorgado, ofrece diferentes escalas de relación espacial, pudiendo sus edificios dar cuenta, tanto de sus patios o plazas como de la ciudad o el paisaje. Este manejo simultáneo de la escala pudo estar motivado por el aprendizaje que tuvo el arquitecto en la escuela de Montevideo cuando ésta tuvo influencia de la Bauhaus[3], donde el manejo de los elementos esenciales de la forma permite trabajar con ella a diferentes escalas. Puntos y líneas sobre un plano inclinado, finalmente, pueden dar cuenta de la organización del campus universitario.

 

Como un gran plano inclinado, la topografía condiciona de manera evidente el proyecto de Gatto Sobral, éste aprovecha la misma para concebir varios espacios representativos del campus. El estadio universitario, por ejemplo, se ayuda de la pendiente del terreno para generar sus graderíos, de la misma manera que lo hacen varios hemiciclos al aire libre en algunas de las facultades de la universidad. Lo hace también, la rampa que baja del edificio de economía, cuya morfología acentúa las curvas de nivel y organiza un recorrido que remata con el mural de piedra del escultor Jaime Andrade Moscoso en la parte posterior del teatro universitario. Cabe mencionar que el vacío que separa el edificio de economía del teatro universitario y está ocupado por la rampa y el mural escultórico, está a la vez, configurado con la concavidad de uno de los bloques de economía y con el volumen saliente del teatro, poniendo en evidencia que las edificaciones parecen dos piezas que podrían encajar una en la otra.

 

En cuanto a los puntos, sobresalen dos en los extremos del frente principal del campus que da a la avenida América. En la parte norte, el primero, el edificio de la facultad de jurisprudencia con el bloque del auditorio en el que su volumen macizo y aislado se vuelve referencial, además porque en él aparece un mural de Guayasamín. Al otro extremo, el segundo punto de referencia es el redondel de la plaza Indoamérica que funciona como nodo de encuentro y vestíbulo urbano del campus universitario. Estos dos puntos que hacen el frente de la ciudadela en su parte inferior, pueden triangularse con otra edificación en el corazón; quizá el punto más alto del campus: la residencia universitaria, un edificio en realidad lineal que domina el paisaje desde lo alto. Este edificio lineal, diseñado por Gatto Sobral y Mario Arias, se eleva del piso dejando que el suelo lo atraviese por su planta baja, dando cuenta de la topografía de la ladera y volviéndose, en cierto modo una puerta al Pichincha y una ventana a la ciudad. Éste junto a otros dos edificios parecen configurar tres líneas que subrayan el emplazamiento del campus universitario; su morfología se manifiesta de forma lineal y transversal a la pendiente de la ladera; trepan ésta como si de tres escalones se tratara, por ellos la mirada puede subir hacia el Pichincha o bajar a la ciudad. Bajando desde la residencia universitaria nos encontramos con otro de los edificios representativos: el edificio de la facultad de economía, también diseñado por Gatto Sobral y Mario Arias; dos barras se traslapan linealmente y una de ellas se eleva del suelo para dejar que la pendiente topográfica continúe sin interrupciones, llegando finalmente a la base del campus, al primer escalón con que el campus empieza a subir al Pichincha: el bloque longitudinal del edificio administrativo, que corre por la avenida América y delimita el borde principal del campus universitario.

 

Así fue el campus en sus inicios, cuando el carácter público de la Universidad Central se manifestaba también en su configuración urbano-arquitectónica. Pero, desde los años 80, el retroceso de lo público en la noción de la ciudad y sus instituciones afectó también al campus haciendo que, por ejemplo, se compartimente la planta baja de la residencia universitaria, obstaculizando la continuidad natural de la pendiente y haciendo del edificio una barrera antes que una puerta al paisaje. En los años 90, también se cerró el perímetro de todo el campus aislándolo de su entorno como si de una urbanización privada se tratara. Se perdió la morfología del redondel de la Plaza Indoamérica por la construcción de un paso a desnivel para agilitar la movilidad vehicular. Vehículos que, junto a nuevas edificaciones pensadas únicamente en el área útil, han copado cada vacío al interior del campus. Sin embargo, como lo fue en su momento, esta nueva forma urbana que presenta la ciudadela no es más que el reflejo a escala del actual urbanismo de las ciudades, en el que el espacio público no tiene importancia frente a la rentabilidad del suelo y donde cada vacío ha dejado de ser un potencial espacio de encuentro para aislarse de su entorno esperando que su plusvalía engorde.  


Kléver Vásquez


[2] Carlos Maldonado en Trama 50

63 visualizaciones

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page